Ya no es una advertencia lejana: el mundo está topando con sus propios límites. Durante décadas, se ha repetido la promesa de que siempre se puede crecer un poco más, ganar más, producir más. Pero lo que parecía progreso sin freno se está convirtiendo en un callejón sin salida. Un planeta que no da más y lo más grave: seguimos acelerando, aunque sabemos que el muro está ahí, más cerca de lo que queremos aceptar.
Cuando el mercado te vende el extintor… después de prender el fuego
Hoy en día, seguimos escuchando que todo va bien mientras haya consumo, aunque tengamos el incendio encima. Y sí, el mercado es hábil: ofrece extintor a plazos, justo después de fomentar el caos. Lo peor es que no parece haber intención de apagar el fuego. Al contrario, se lucra con cada chispa, mientras todos hacemos como que no pasa nada. Un sistema que se alimenta de su propia destrucción.
Talar el bosque mientras arde: el negocio del desastre
Imaginemos un bosque incendiado. En lugar de apagar el fuego, una empresa entra a cortar árboles antes de que se quemen. Luego, otra compañía promete plantar nuevos, pero esta vez con dueño. Después, la aseguradora llega con pólizas para el desastre… y así todos ganan, menos el planeta. Este modelo no busca soluciones, solo nuevas formas de convertir la crisis en negocio redondo.
Una idea que se volvió religión: crecer o morir
Durante siglos, nos han vendido que el único camino es crecer. Más producción, más consumo, más todo. El capitalismo agarró esa lógica y la convirtió en regla sagrada: si no avanzas, desapareces. Pero, ¿y si el avance ya no significa más, sino mejor? En este modelo, extintores y soluciones reales sobran. Lo que importa es que la rueda gire, aunque esté echando chispas. Y así seguimos: sin freno, sin pausa y sin preguntarnos si todavía hay camino.