Ceuta y el HUCE: goteras, abandono y la espera absurda

Ceuta y el HUCE: goteras, abandono y la espera absurda del accidente anunciado.

El tercer piso del Hospital Universitario, un símbolo de lo que no debe pasar en ningún hospital

Esto no es una exageración. Es una escena repetida, conocida y casi institucionalizada: cubos en los pasillos, techos que lloran humedad y charcos que aguardan pacientemente a su próxima víctima. El tercer piso del Hospital Universitario de Ceuta (HUCE) no necesita más diagnósticos, necesita intervención. No clínica, sino estructural.

Pero no. Lo que recibe son excusas. Trámites. Palabrería. Porque arreglar un techo, según parece, es más complejo que una operación a corazón abierto. Y mientras tanto, los enfermos, los médicos, los celadores y los acompañantes sortean el agua como si aquello fuese una pista de obstáculos.

El hospital donde llueve sin nubes

Que un hospital tenga goteras ya es motivo de alarma. Pero que estas se mantengan durante meses, sin resolución, sin urgencia, sin vergüenza, es directamente un insulto. Al profesional que se desliza corriendo por un pasillo. Al paciente que camina tembloroso apoyado en un bastón. Al anciano en bata que pisa mojado.

Pero no pasa nada, claro. Porque “nadie se ha caído todavía”. Porque lo importante, según parece, no es prevenir, sino reaccionar. Como si un accidente fuese la señal para actuar, como si el dolor ajeno fuera el interruptor que enciende la maquinaria burocrática. Inaceptable.

Y mientras tanto, uno ve esos baldes improvisados —más presentes que muchos cargos responsables— y no puede evitar pensar en lo básico: si no se puede controlar el agua, ¿cómo van a controlar lo demás?

Donde debería haber seguridad, hay desidia

En un hospital, la palabra clave es seguridad. Y no solo hablamos de medicamentos o protocolos. Hablamos de instalaciones, de infraestructura, de accesibilidad. Un suelo mojado puede ser más letal que una bacteria si se junta con un resbalón.

Aquí es donde uno empieza a pensar en soluciones de verdad. Donde lo urgente se impone. Así como se exige la presencia de un extintor CO2 en cada esquina para sofocar un conato de incendio, debería exigirse lo mismo ante filtraciones persistentes.

Porque el extintor co2, a diferencia de algunos directivos, está preparado para actuar al instante. No necesita informes, ni licitaciones, ni comisiones. Está ahí, callado, esperando hacer su trabajo. Y eso, en tiempos de tanta inacción, es casi heroico.

Los cubos no son una política sanitaria

El problema no son las goteras. El problema es lo que representan: la falta de mantenimiento, la burocracia que todo lo paraliza, el “ya veremos” como única respuesta. Las goteras son el síntoma visible de un mal mucho más profundo: la indiferencia.

Y en ese clima, donde se supone que reina la cura, todo se contamina. La confianza del paciente, la motivación del personal, la imagen del sistema. ¿Cómo exigir excelencia cuando ni siquiera hay condiciones mínimas para trabajar?

Aquí es cuando uno se plantea seriamente que comprar extintores co2 no es tan absurdo como parece. Al menos demuestran preocupación por la prevención. ¿Y las goteras? Ni un cartel, ni un cronograma, ni una declaración. Solo silencio institucional y una fe ciega en que la gravedad no actúe.

La legalidad también gotea

En el mismo edificio donde se exige cumplir cada regla, cada protocolo clínico, cada ficha médica, se incumplen normas básicas de seguridad estructural. Y no hablamos de sugerencias, hablamos de lo que exige la ley.

La normativa extintores, por ejemplo, obliga a inspecciones, mantenimientos, ubicaciones específicas. Todo registrado, todo auditado. ¿Dónde están esas normas aplicadas a la impermeabilización de techos? ¿Dónde está el rigor cuando se trata de evitar que el agua invada zonas críticas?

Porque si existe normativa para la posición exacta de un extintor, debería existir —y aplicarse— con la misma firmeza una que impida que la lluvia campe a sus anchas por el interior de un hospital.

No es un accidente, es una consecuencia

No se puede hablar de imprevistos cuando todo está anunciado. Los vídeos están. Las fotos también. El personal ha avisado. Los pacientes han comentado. La evidencia salta a la vista, a los oídos, a los tobillos. Si alguien se cae, no será un accidente. Será una consecuencia de la dejadez.

Y eso sí que debería escandalizar. Porque aquí no hay mal tiempo, hay mala gestión. No hay lluvias torrenciales, hay tejados sin impermeabilizar. No hay sorpresas, hay advertencias ignoradas.

¿Dónde están los responsables? ¿Quién da la cara por esto? ¿O habrá que esperar a que un juzgado lo exija?

La salud comienza por el entorno

Un hospital no empieza en la consulta ni en el quirófano. Empieza en la infraestructura, en el pasillo seco, en el ascensor que funciona, en el baño sin fugas, en el techo sin goteras. Y si eso falla, lo demás se tambalea.

La calidad asistencial también depende de que los médicos no tengan que caminar con miedo al suelo mojado, de que las enfermeras no esquiven cubos con bandejas llenas de medicamentos, de que los pacientes puedan confiar en que están en un lugar pensado para cuidarlos, no para ponerlos en riesgo.

Porque en un hospital, cada segundo cuenta. Y si un charco provoca una caída, ese segundo puede convertirse en tragedia.

Ceuta no merece esto

La ciudadanía no debe acostumbrarse a convivir con la chapuza. No debe aceptar con resignación el “ya lo arreglaremos”. Porque no se trata de una gotera, se trata de una institución pública que debe garantizar condiciones dignas.

Es cuestión de prioridades. Y Ceuta merece ser una prioridad. Sus profesionales sanitarios lo merecen. Sus pacientes también.

No más cubos, no más excusas. Es tiempo de actuar.

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